11 de setiembre

Cuando era chiquita llegaba de la escuela, tomaba la merienda y me ponía a jugar...¿saben a qué?...a la maestra.

En el comedor de mi casa improvisaba un aula: alineaba las sillas (sin mesas, claro, no había tantas) y delante de ellas acomodaba los elementos para la ocasión: pizarrón, tizas y borrador.

A la pregunta: -¿Qué te gustaría ser cuando seas grande? correspondía siempre la misma respuesta: -Maestra.

Ha pasado mucho tiempo y recuerdo con infinita emoción esos días. No sólo porque evocan una infancia feliz, muy feliz, sino también porque he sido fiel a mi sueño.

El contacto con los chicos no ha hecho más que confirmarme lo acertada que fue mi elección.

Me han llenado tanto el alma...el amor recibido es tan inmenso y gratificante que me enorgullezco de haberlo hecho, me felicito, si cabe el término.

¡Gracias chicos!...

...por hacer que la profesión cobre sentido, por reconciliarme con la faraónica tarea diaria de enseñar, aprender, transmitir, ayudar, acompañar y tantísimas cosas más...

¡Los quiero mucho!

La seño.